Cada 7 de junio, el mundo conmemora el Día Mundial de la Inocuidad de los Alimentos, una fecha instaurada por la Organización de las Naciones Unidas con el propósito de concientizar sobre la importancia de prevenir, detectar y gestionar los riesgos alimentarios. Este día trasciende más allá de una simple efeméride: es una oportunidad para reflexionar sobre el papel esencial que la inocuidad juega en nuestras vidas cotidianas y en el desarrollo sostenible de los sistemas alimentarios. Porque detrás de cada alimento que consumimos, debe haber una certeza incuestionable: que es seguro.
La inocuidad alimentaria no es un lujo ni una opción. Es un derecho humano y una condición básica para la salud pública. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año, una de cada diez personas en el mundo enferma por consumir alimentos contaminados. Las enfermedades transmitidas por alimentos (ETAs) no solo afectan la salud individual, sino que también tienen repercusiones económicas y sociales, especialmente en países en desarrollo donde los sistemas de control aún enfrentan importantes desafíos. Por ello, este día es un llamado urgente a la acción coordinada entre gobiernos, industria, academia y consumidores.
En este complejo entramado de responsabilidades compartidas, emerge una figura técnica con liderazgo estratégico: el ingeniero de alimentos. No como protagonista de una celebración personal, sino como garante invisible y riguroso de que los alimentos que llegan a nuestras mesas han cumplido con estándares científicos y normativos. Es aquí donde queremos destacar, no la figura del profesional como tal, sino la misión ética que encarna: traducir la ciencia en seguridad para proteger la vida.
En este contexto, resaltamos el papel fundamental del ingeniero de alimentos de la Universidad de La Salle, como profesional altamente capacitado para liderar procesos que garanticen la inocuidad y calidad en toda la cadena de valor agroalimentaria. Su formación técnica y científica lo habilita para diseñar, implementar y monitorear sistemas preventivos como HACCP, ISO 22000, así como las Buenas Prácticas de Manufactura (BPM), asegurando el cumplimiento normativo, la trazabilidad y la gestión del riesgo alimentario.
El ingeniero de alimentos es el vínculo entre la ciencia, la tecnología y la seguridad alimentaria. Su capacidad para comprender la complejidad de los sistemas de producción, transformación y distribución de alimentos lo convierte en un agente estratégico para garantizar productos inocuos, estables, nutritivos y sostenibles. Además, es un actor clave en la prevención de enfermedades transmitidas por alimentos (ETAs), en la gestión de emergencias alimentarias y en el desarrollo de procesos innovadores que respondan a los desafíos del entorno global.
En un entorno globalizado y dinámico, donde emergen continuamente nuevos peligros microbiológicos, químicos y físicos, el ingeniero de alimentos es el responsable de traducir la ciencia en soluciones concretas para salvaguardar la salud pública y la seguridad alimentaria. La conmemoración del Día Mundial de la Inocuidad de los Alimentos debe motivar a toda la sociedad a comprender que la seguridad alimentaria no es solo tarea de unos pocos: es un imperativo colectivo para proteger la vida, hoy y en el futuro.